Mi familia siempre tuvo gallinas en el campo, así que disponen de huevos frescos sin necesidad de ir al supermercado a por ellos. Y cuando digo frescos es frescos de verdad: las gallinas se crían en libertad con todo el campo para correr, y se alimentan de trigo nada más. Los huevos los ponen donde mejor les parece, una semana es aquí, otra allí… Vamos lo que se puso tan de moda hace unos años y llaman huevos de gallinas «Free range».
Quizá por eso nunca me preocupé en saber si los huevos que se compran en el supermercados eran frescos o no. Los que yo comía en casa siempre lo eran, y si había la más mínima duda, ahí estaba mi madre haciendo la prueba antes de guardarlo en la nevera.
Últimamente no como huevo, básicamente porque las veces que lo he hecho me han sentado mal en el estómago nada más llegar a él…. creo que ya sabéis por dónde voy, os voy a ahorrar los detalles desagradables. ;) Lo cierto, es que tras estos episodios, he llegado a pensar que incluso hubiera desarrollado una intolerancia al huevo. Tal y como andan las alergias e intolerancias alimenticias en los tiempos que corren, no hubiera sido de extrañar.
Mi madre, sin embargo, tiene otra teoría. Como siempre, se reduce a la máxima de que la explicación más simple es la más probable. Es decir, los huevos me hacen daño porque, sencillamente, no son frescos. Así que ayer quise hacer la prueba. Compré un pack de huevos en el supermercado y los llevé a casa. Llené una cacerola con agua (prohibido echarle sal) y metí cuidadosamente los huevos en ella. Lo que observé fue lo siguiente:
1) Uno de los huevos tocaba fondo (en horizontal).
2) Otro se levantaba un pelín por la parte más redonda.
3) El último se levantaba entero en vertical (es el de la derecha de esta foto acuática que hizo Luy, el que tiene la sombra sobre la cáscara).
En conclusión, un huevo estaba fresco (1) y otro estaba bueno, aunque no era fresco (2). El que quedaba, estaba malo. No estaba podrido (eso se ve claramente porque flota descaradamente sobre el agua) pero tampoco me quería arriesgar, así que ese lo deseché.
Otra cosa curiosa es el etiquetado de los huevos aquí: te dicen hasta cuándo puso la gallina el huevo.
Como se ve en la foto, los huevos fueron puestos por las gallinas el día 1 de junio; están en venta hasta el 22 de junio y, en teoría, se pueden consumir hasta el 2 de julio. Y no es que dude de que no sea así, pero es que yo no me fío de unos huevos que están puestos de hace dos semanas…
Será que estoy mal acostumbrada a comer los huevos que mi madre coje directamente del ponedero o nido de turno (se podría decir que mi madre, más que recoger huevos, va a la caza y captura, porque las gallinas que tiene son «asín»….), pero vamos, después de esta prueba, ya me puedo imaginar de dónde han venido mis problemas estomacales con los huevos :S.
La verdad es que los huevos recién puestos no tienen nada que ver con los de las tiendas.
Mi tÑa durante un tiempo tuvo gallinas en el campo y hacerse un huevo frito con el huevo recién puesto era indescriptible, asÑ que no me extraña que tu estómago diga, pero que me estas dando por dios???????
Hombre, a mÑ los huevos fritos no me gustan (ni jamón ni huevo frito, y sÑ, soy española :P) pero una tortilla de patatas con los huevos recién cogidos, no veas…. :P
Es que hasta el color del huevo batido es distinto… es lo que siempre se ha llamado amarillo huevo, y no ese color tan pardusco que tienen los que están en supermercado….
Yo, reina de las alergias e intolerancias, los únicos que tolero son los ecológicos. Aunque no todos los ecológicos saben igual…
@Patry! ¿eres tú, de verdad? ¡Qué honor! jajaja.
A mÑ es que como saben los que recolecta mi madre, no me saben ninguno igual…. ya te digo… estoy muy mal acostumbrada :S